martes, 10 de mayo de 2011

El mejor café del mundo

El mejor café del mundo es peruano y se encuentra perdido en las alturas de Puno. Wilson Sucaticona, el artífice de tal hazaña, es un caficultor considerado como un orgullo del sector cafetalero. No es para menos. Es el amo y señor del “mejor café del mundo”. Su habilidad en el manejo del café lo ha hecho acreedor a diferentes premios nacionales e internacionales. No es fácil dar con su paradero. Este es el resultado.


“Su chacra parece detenida en el tiempo y haber sido relegada al olvido. Es un pedazo de paraíso prostituido, alrededor, por chacras de coca con fines ilícitos.”
“El olor y el color se conjugan: fragancia floral y color inexacto: el grano ideal lleva impuesto el color inhabitual de un cerezo. Nadie podría imaginar que el mejor café del mundo es transportado en hombros hasta llegar a la carretera.”


Comunicarse con Wilson Sucaticona Larico no es nada sencillo. Este es un aymara empírico que desde que nació, solo conoce los secretos de cómo sembrar y cosechar las mejores semillas que su padre le entregó. Hablar de café es hablar de granos, climas, sabores, aromas y ceremonias. Pero no hay nada mejor que saborear el café caliente, en la misma chacra, en las alturas de la localidad de Tunkimayo, en el Valle de Sandia en la Región de Puno; disfrutar de la esencia que te deja tras un primer sorbo en una helada mañana. Nadie podría imaginarse que el mejor café del mundo, galardonado como el # 1 en calidad, certificado por la Specialty Coffee Association of America (SCAA) en el año 2010, vencedor en el People Choise Award, dejando atrás a ‘vitalicios’ ganadores cafetaleros colombianos, es producido a 1502 kilómetros de Lima en Perú. Sucaticona guarda el secreto del café orgánico bajo siete llaves. La única información disponible que se conoce en los medios —que me resisto a creer— es que el secreto de su éxito se basa en cosas tan sencillas como: el manejo selectivo del grano, la casi perfecta y cuidadosa selección, un despulpado manual y el color de los granos (peculiar, tradicional, exacto). ‘Tunki’ es el Mejor Café Especial del Mundo y tiene una fragancia floral que termina por impregnarse en la ropa y en la yema de los dedos.

—¿Dónde está el triciclo? —le preguntó enérgicamente su padre, Bonifacio Sucaticona.
—Papá, en la tarde salí y me lo robaron —respondió el pequeño Wilson, de tan solo 12 años de edad, paralizado de miedo.
—¡Malcriado!, ¡Desde hoy te vas a la chacra a trabajar! —exclamó su padre enfurecido tras una fuerte paliza.

Bonifacio Sucaticona, castigó sin vacilar al pequeño Wilson. Lo retiró del colegio en 1951 y, sin pensarlo dos veces, lo mandó a trabajar a la chacra. Sucaticona ya llevaba cuatros años ayudando a sus padres en el negocio del café. El pequeño caficultor vivio su primer punto de quiebre abandonando la escuela para siempre y su ciudad natal, la provincia de Moho, para vivir en la chacra de Tunkimayo como hasta hoy. Wilson Sucaticona reemplazó el estudio por el trabajo, la pelota por el machete y los juguetes por los tan preciados granos de café. «Al café hay que cuidarlo, hay que estar pendiente de él todo el tiempo. Por eso paro metido en la chacra 18 horas al día», dice el amable caficultor.

Su padre enfermó gravemente cuando él tenía 17 años y la falta de recursos económicos impidió que lo lleven al médico. El padre falleció y le dejó una sola herencia incalculable para él: las enseñanzas a lo largo de 8 años y los secretos de la tierra para que, hasta el día de hoy, la tradición en calidad continúe. El olor y el color se conjugan: fragancia floral y color inexacto (ni verde limón, ni rojo intenso): el grano ideal lleva impuesto el color inhabitual de un cerezo. El cuidado que se tiene para llevarlo hacia la ciudad más próxima, San Pedro de Putina Punco, sería parte del valor agregado. Así, dentro de las tres hectáreas y media de Sucaticona, se produce, únicamente, alrededor de 30 sacos de 69 kilos al año, certificados con los sellos de la Fair Trade, Rainforest Alliance, Café Practices y orgánico NOP + UE + JAS, institución que vela por las mejores prácticas de sembrado de café orgánico en el mundo. Una hazaña pocas veces vista para un humilde caficultor de las serranías del Perú.
A las 12.00horas de uno de los últimos días de abril del año 2010. En el Centro de Convenciones Anaheum, en California, Estados Unidos, se leían los resultados de un concurso mundial de café mientras Wilson Sucaticona, al fondo, en Sudamérica, despulpaba su café junto a su esposa. Javier Cahuapaza, ingeniero y gerente comercial adjunto de la Central de Cooperativas Agrarias Cafetaleras de los valles de Sandia (CECOVASA) estaba entre los asistentes en el auditorio. Una suerte de ‘representante’ de los cafetaleros —de Tunki también, para su suerte— que no pudieron viajar. El premio de la 22 feria de la Specialty Coffee Association of America como el Mejor Café Especial del Mundo era para el Tunki del incasable Wilson Sucaticona. Catapulta que, luego de ser coronado como bicampeón nacional, alcanzaba su trofeo mundial y, con ello, acreditando y certificando a Sucaticona como el verdadero rey del café en el mundo.
La casa del caficultor está rodeada de enormes cerros llenos de una frondosa y verdísima selva a 1800 metros sobre el nivel del mar en Tunkimayo, Puno. Al frente un pequeño jardín adorna la entrada y al costado, unas tarimas yacen listas para secar café. La modernidad aún no ha llegado a esta la zona: Sucaticona cocina con leña y no cuenta con electricidad ni mucho menos con inodoro de ‘alta calidad’. Su chacra parece detenida en el tiempo y haber sido relegada al olvido. Es un pedazo de paraíso en medio de una bruma verde forestal. Un paraíso puro de espíritu, pero prostituido, alrededor, por chacras de coca con fines ilícitos. Pero ese no es obstáculo para que el caficultor siga adelante.

La vida en la chacra es difícil. Sucaticona no conoce domingos, feriados ni fiestas de guardar. «Toda la vida me he despertado desde las 4:00 de la mañana y trabajado hasta las 8:00 de la noche», dice el caficultor en un tono enérgico, casi paterno. A pesar de ser risueño no tiene muchos amigos. Es muy común observar en el rostro de este hombre una mirada cansada. Alrededor de sus ojos, unas líneas de expresión empiezan a asomarse, pero a él, ese tema no parece importarle. Es de contextura delgada. Lleva dibujadas gruesas venas que parecen explotar como si toda su vida y experiencia estuviera concentrada ahí. Sucaticona huele a tierra húmeda, a vegetal, a hierbas, a naturaleza viva. El caficultor siempre fue un hombre hogareño. De pequeño no asistía a fiestas y tampoco contaba con muchos amigos. Toda su fuerza y dedicación se los entregaba al café. Su padre estaba orgulloso de él. El único hombre de la familia que se dedica totalmente a la chacra. El hombre ordenado y aseado que no puede evitar que el polvo y la tierra se aparten de sus uñas. Al que le gusta lucir bien: cuando baja a la ciudad, es usual ver al anónimo cafetalero, con una casaca de cuero muy bien cuidada cual smoking para fechas importantes. El caficultor luce finos cabellos color negro azabache que se acomoda cuidadosamente cada vez que sale. Los peina suavemente con agua y los afirma con sus manos.
Son las cuatro de la mañana y el sol aún no se asoma. A Sucaticona parece no importarle. Ni la falta de carreteras, medios de comunicación ni las habituales lluvias han sido obstáculo para que su café haya sido consagrado como el primero mundialmente. De lunes a domingo, a esta misma hora, su esposa, Luz Delia Larico y el caficultor, madrugan para dar gracias a Dios y pedir permiso a la tierra para poder trabajar. El silencio infinito de la chacra es agobiante. Sucaticona luce inquieto, mira el cielo que aún permanece oscuro mientras algunos rayos de luz asoman como por plegarias. El camino no es fácil. No hay animales de carga y mucho menos señalización. A la chacra del agricultor se llega a pie. Nadie podría imaginar que el mejor café del mundo es transportado en hombros hasta llegar a la carretera. Después recorrerán durante 12 horas las intrincadas pistas del altiplano andino hasta Juliaca, la ciudad más cercana, y emprenderán un viaje de 1502 kilómetros a Lima.
Siempre trata de sacarle el mayor provecho al día. Desde las cinco de la mañana Wilson se dedica a despulpar a mano el café. Su esposa, entonces, empieza a preparar el almuerzo y toda la cocina se llena de humo por la leña que se quema al rojo vivo. Horas después, antes de poner los platos sobre un tablón largo que hace las veces de mesa comedor, airea con fuerza para explusar el humo. El proceso del café es largo y delicado. Nada garantiza que saldrá bien. Luego de cosecharlo y despulparlo a mano, se fermenta durante 20 horas. Este proceso puede tardarse, va dependiendo de las condiciones climáticas. Después, Wilson con ayuda de Luz, lavan el café con agua del canal de conteo, lo seleccionan y se sientan a botar la miel. El proceso de selección es delicado y demanda por lo menos de 3 a 5 horas e inclus puede llegar a durar un día. Siempre va dependiendo de la cantidad cosechada.

Una semana después de la premiación, Tibed Yujra, amigo del caficultor y catador de CECOVASA subió a la chacra para darle la gran noticia.
—¡Wilson, ganó, ganó! El tunki fue el mejor café de todos —le dijo Yujra al caficultor emocionado.
—No lo puedo creer.
—¡Vamos a celebrar, baja!
Sucaticona que había empezado a desyerbar a las seis de la mañana, se detuvo por un momento. A pesar del cansancio, bajó a la oficina de Cecovasa en Putina Punco, junto con Tibed emocionado por saber cuál había sido el premio. Al descender a Putina, los pobladores lo felicitaban y orgullosos le daban un fuerte abrazo. Sucaticona estaba emocionado. Para agasajar al caficultor, hubo una pequeña reunión y algo de música. El premio era la certificación. Eso y todo lo que significa, pero nada más. Sucaticona cayó en la cuenta de algo: su esfuerzo, trabajo, dedicación y tradición habían conquistado paladares mundiales. Su cosecha dio frutos históricos.