domingo, 20 de marzo de 2011

FLOR DE UN DÍA

Desde pequeñas hemos sido bombardeadas con frases como: “hay que cuidar el tesorito”, “tienes que guardarte para el hombre de tu vida”, “las relaciones son cosas de adultos”. Estas solo son algunas de las frases que han trastocado nuestro cerebro durante la niñez, adolescencia y, quizá, hasta la temprana juventud. Nadie puede negar que hemos sido expuestas al inagotable discurso de la pureza. Esa manta sagrada que, en teoría, debería permanecer intacta hasta el matrimonio. Aquella que nos evoca nostalgia –si es que lastimosamente brilla por su ausencia. Hablamos de aquello que debe permanecer inalterado y cautivo hasta el casamiento y por ende, debe ser resguardado hasta entonces bajo llave: la virginidad.
Resulta extraño que a inicios del siglo XXI se siga predicando este anticuado –y quizá ya pasado de moda- discurso. Es incómodo y patético crecer y que nuestros padres –principalmente– afirmen incesantemente la importancia de preservar la virginidad hasta el matrimonio, como si no existiera ningún otro destino. Ese alineamiento moral nos obliga a mantener el sello de garantía que –para algunos– hace inflar el pecho y es símbolo de honra femenina. Sin embargo, para los hombres, la cuestión es diferente. ¿Es que acaso resulta normal encontrar en nuestra sociedad limeña un muchacho casto a los 20 años? Es extraño, pero no necesariamente imposible. En Perú, y más precisamente en Lima, después de cierta edad, la castidad de los hombres es asociado a una masculinidad dudosa. Criollamente llamado “cabrito”, pero específicamente bautizado como gay.
Sin embargo, para el “tristemente honrado” Arzobispo de Lima y Primado del Perú, Cardenal Juan Luis Cipriani Thorne, que no se cansa de predicar lo mismo, la castidad significa: “un don, un regalo y no es una represión como dicen algunos”. Para el pueblo peruano, Cipriani perdió toda “virginidad” cuando su sotana apareció figureteando en un capítulo de los vladivideos. Sin embargo, su argumento purista carece de una posición determinante, puesto que al ser un regalo, cada quien puede disponer de su cuerpo como mejor le plazca. Tal y como lo reafirma Marcel Mauss en su definición del don. El cual es dar sin esperar nada a cambio. La libre elección sexual es algo que está ya ocurriendo en la juventud actual. De acuerdo a la encuesta Nacional de Hogares ENAHO-98, realizado por el Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI), el 7.6% de mujeres se iniciaron sexualmente entre los 10 a 14 años, el 34.9% entre los 15 a 17 años y el 24.6% entre los 18 y 19 años. El 67.1% de mujeres –dos de cada tres mujeres– tuvieron su primera relación sexual en la adolescencia cuando, como corresponde pensar, no estaban casadas.
¿Es que acaso esta reacción es producto de una sociedad hipócrita, en la que es normal sacarle la vuelta a las reglas y romper con toda imposición involuntaria? Para una sociedad como la nuestra, no es novedad que a las mujeres se nos condene en la actividad coital premarital, mientras que a los “machitos”, se les siga festejando la gracia. La generación nuestra ha dejado atrás la época de represión y actualmente gozamos de una liberación sexual. Al mismo modo de Eyes Wide Shut, la película de Stalin Kubrick. Somos testigos de una clara disociación entre la representación de la virginidad para las mujeres y el hecho de festejar el acto sexual para el hombre, de lo impuesto por la sociedad y lo realizado por los ciudadanos.