Lorenzo Chillón menciona en su Crítica y objetividad contra dogmatismo: lecciones popperianas para el periodismo informativo, que no es posible la transmisión de una verdad en un medio informativo, y esto no es del todo cierto. No es cierto por una simple diferencia: existen verdades y verdades potenciales o no probadas. Una verdad es un hecho irrefutable, como podría ser: el Titánic se hundió. Por más que se recupere el armazón, se hagan pruebas y lancen conjeturas sobre cómo o porqué se hundió, no se podrá negar que se hundió. De este ejemplo, la verdad es que el barco se hundió y la verdad potencial es el porqué se hundió. No se puede considerar que el porqué sea una verdad absoluta porque está sujeta al juicio de una persona y no se basa en un hecho tangible. Esto es similar al ejemplo de la teoría de Einstein que Popper utiliza para justificar la teoría de realismo que respalda, ya que la teoría se basa en asunciones y por ende está sujeto a error. La verdad en cambio, no está sujeta a error y no depende de nada para que sea válida. Se sustenta por sí misma.
Entonces, la transmisión de una verdad en un medio informativo es posible –¿o acaso el 15 de abril de 1912 los periódicos no anunciaban la tragedia?-. En el texto de Chillón, en cambio, se lee que la verdad es, al parecer, algo inalcanzable. Esto da cabida a una discusión filosófica -que trasciende el alcance de este texto- ya que se afirma que la verdad no existe, o traducido al lenguaje de proposiciones: es verdad que la verdad no existe. Pero sin considerar este desliz, la verdad si es transmisible. Esto, otra vez, porque la verdad es un hecho, concreto, real, inamovible, perdurable a través del tiempo. El resto son conjeturas u opiniones que depende de quién las diga, de un punto de vista, del humor de alguien, de una alucinación o de la fantasía. El resto, no es de fiar porque no se puede estar seguro de si es una verdad o no. En este sentido, se llega a un consenso con Chillón, porque él afirma, al igual que Popper, que lo más que se puede transmitir es verosimilitud (en temas que podrían ser catalogados como verdades potenciales), y esto significa, una aproximación a la verdad, una cuasi verdad.
Todos las “verdades” vertidas en los testimonios recogidos in situ deben ser catalogados como meras aproximaciones a la verdad. Esto porque se está involucrando el juicio de una persona en algo que debe carecer de error, que no puede estar basado en conjeturas, en ideas, en suposiciones. Un testimonio debe ser objetivo y no influenciado por las circunstancias. Como recuerda Chillón: “todo lo que involucre un juicio de valor, todo lo subjetivo, no puede ser verdad”. Así que la objetividad no debe ser solo parte de la línea de ética del periodista, sino que también debe ser parte del testimonio que se recoja, porque una persona puede conocer el hecho, pero luego tergiversarlo e informar sobre una verdad adornada, que al final resulta en el reflejo del la imaginación de una persona. La pregunta ahora sería: ¿La objetividad es algo verdadero?
A fin de cuentas, la objetividad no es posible de lograr, es un ideal, una línea de idea que se debería seguir, pero que es inalcanzable. Chillón sugiere que sí es posible si no existen agentes que restrinjan la libertad de escritura del periodista, cual si la redacción fuese una cárcel en donde se hace lo que manda el capataz. Sin embargo, y como dice Kant, la objetividad se construye subjetivamente.
viernes, 5 de agosto de 2011
ANÁLISIS LINGÜÍSTICO DE BOURDIEU
Bourdieu en El lenguaje y la comunicación: de los mercados lingüísticos a la degradación mediática describe cómo las interacciones de las personas mediante el habla comparten el mismo comportamiento que los mercados económicos. Bajo este esquema, el discurso (o argumento) equivale al producto, el cual adquiere valor –para Bourdieu un poder simbólico- al ser aceptado y compartido dentro del mercado lingüístico. El sociólogo francés hace énfasis en que existen diferentes grupos dentro de los mercados, los cuales comparten ciertos aspectos intelectuales y de alineación de pensamiento. Bourdieu menciona que estos factores son producto de la interacción social humana y es algo normal e inevitable. Un claro ejemplo de esto son las elecciones nacionales. Cada persona maneja su propia verdad en cuanto a los candidatos, haciendo oídos sordos y filtrando lo que se quiere escuchar. Las discusiones de quién es mejor –o cual es el menos malo- no llevan, por lo general, a un consenso. Puede darse el caso –y se da muy a menudo- que dos personas que comparten el mismo espacio físico tengan posiciones encontradas en esta discusión. Sin embargo, es menos probable que ocurra si estas dos personas han recibido la misma educación y frecuentan círculos sociales similares. Esto se debe, dice Bourdieu, porque la mentalidad se forja en el ambiente social. Los discursos aceptados y aplaudidos siguen un patrón acatado por el sector social en el que uno se encuentre.
Bajo este concepto, las intervenciones que una persona tiene dentro del mercado lingüístico alteran el beneficio simbólico del discurso que se predica. Si convence o el trasfondo es seguido por otras personas, entonces se dice que aumenta su beneficio simbólico – el argumento se vuelve más popular dentro del grupo, es más aceptado-. Es por esto que las intervenciones deben de estar enfocadas a un público objetivo y tiene que ser preparado exclusivamente para él. De esto deriva la acotación de Bourdieu que refiere a que un discurso sólo es válido dentro del sector de mercado para el cual fue concebido. Y como el mercado es un ambiente social, se infiere que el discurso lleva también una marca social.
Por esto, Bourdieu afirma que la única manera de entender o interpretar un discurso es analizándolo dentro del contexto bajo el cual fue concebido. Esto tiene sentido ya que no todo lo que se dice debe de interpretarse literalmente. Las jergas o regionalismos hacen que sea posible decir la misma frase en dos lugares distintos y, aunque hablen el mismo idioma, en uno se salga bien acompañado y en el otro magullado tras tremenda paliza. Esto porque lo que se dice cobra diferente significado dependiendo del contexto social en el que uno se encuentre. Esto no es exclusivo, claro, de palabras con doble significado, sino de percepciones sociales propias de un lugar geográfico, creencias ancestrales transmitidas a través de las generaciones o malinterpretaciones de la lengua que han sido adoptadas como válidas.
A primera vista, Bourdieu convence con la teoría de análisis del habitus lingüístico, pero al inspeccionarlo detenidamente resulta que responde la pregunta equivocada. De todas maneras, es una alternativa válida para descifrar el mensaje contenido en los discursos (eso no está en discusión), pero hay que tomar en cuenta que el resultado del ejercicio podría no ser el correcto y que no hay manera de asegurarse de esto.
Bajo este concepto, las intervenciones que una persona tiene dentro del mercado lingüístico alteran el beneficio simbólico del discurso que se predica. Si convence o el trasfondo es seguido por otras personas, entonces se dice que aumenta su beneficio simbólico – el argumento se vuelve más popular dentro del grupo, es más aceptado-. Es por esto que las intervenciones deben de estar enfocadas a un público objetivo y tiene que ser preparado exclusivamente para él. De esto deriva la acotación de Bourdieu que refiere a que un discurso sólo es válido dentro del sector de mercado para el cual fue concebido. Y como el mercado es un ambiente social, se infiere que el discurso lleva también una marca social.
Por esto, Bourdieu afirma que la única manera de entender o interpretar un discurso es analizándolo dentro del contexto bajo el cual fue concebido. Esto tiene sentido ya que no todo lo que se dice debe de interpretarse literalmente. Las jergas o regionalismos hacen que sea posible decir la misma frase en dos lugares distintos y, aunque hablen el mismo idioma, en uno se salga bien acompañado y en el otro magullado tras tremenda paliza. Esto porque lo que se dice cobra diferente significado dependiendo del contexto social en el que uno se encuentre. Esto no es exclusivo, claro, de palabras con doble significado, sino de percepciones sociales propias de un lugar geográfico, creencias ancestrales transmitidas a través de las generaciones o malinterpretaciones de la lengua que han sido adoptadas como válidas.
A primera vista, Bourdieu convence con la teoría de análisis del habitus lingüístico, pero al inspeccionarlo detenidamente resulta que responde la pregunta equivocada. De todas maneras, es una alternativa válida para descifrar el mensaje contenido en los discursos (eso no está en discusión), pero hay que tomar en cuenta que el resultado del ejercicio podría no ser el correcto y que no hay manera de asegurarse de esto.
Etiquetas:
degradación mediática,
lenguaje y comunicación
Suscribirse a:
Comentarios (Atom)